18. UN LUNES A LA VEZ
Queridx lector, casi, casi, casi que no escribo este lunes. Pero no te asustes (ah viste) no me pasó nada grave, nada urgente, por lo que casi que no escribo el décimo octavo lunes. Sucedió no más, tal vez lo más común de todo los tiempos: La cotidiana.
Ella hizo que no me de cuenta siquiera que hoy era lunes, o mejor, que hoy arrancó la semana, una nueva, completa y llena de cosas. Ella puso un olvido ahí sobre la mesa, que yo sin ver decidí agarrar ¿Seré el único? No creo. Eso de ser único es un cuento de poca riqueza. Así que capaz me entiendas, cuando digo que la cotidiana va dejando olvidos por ahí, escondidos, como los huevos de pascua cuando eramos chicos, o la búsqueda del tesoro de algún cumpleañitos sin celulares. La cotidiana aparece ahí, cuando te estas lavando los dientes, atando las zapatillas o contestando “bien, todo tranquilo, vos?”. Ahí se mete la muy pilla, para dejarte un olvido al alcance de la mano, sin que te des cuenta ya pasó, dejó su marca en vos y tal vez, si tenés suerte, te das cuenta a la noche, acostado, calentito antes de dormir. Y pensás que mañana te vas a acordar, que hoy fue un día largo, un comienzo de semana, una nueva, completa y llena de cosas.
Queridx lector, no te preocupes, a mí también me pasa de no saber cómo hacen los que afirman que hay que aprovechar todas las oportunidades, que nunca vamos a ser tan jóvenes como lo somos ahora. No sé si a ellos La cotidiana no los engaña, si son una causa perdida para ella o simplemente supieron ver siempre lo importante.
Lo cierto es, creo yo, que no es algo propiamente malo, digo, el engaño de La cotidiana. Gracias a ella también aliviamos dolores, esperas y resultados. Es ella quien nos ayuda a reír poniéndonos un chiste, ahí sobre la mesa, al alcance de la mano. Es ella quien hace lleguemos hasta la cama, tapados y calentitos, de este frío infernal.
PD: El jueves va hacer más frío que hoy.
Esto es poesía amigos:
LUNES
Ayer intenté levantarme
pero la frazada
hacía presión contra mi pecho.
Parecía como si la cama
no quisiera que me vaya
que arranque mi vida.
Llegué a sentarme
aunque seguía sujeto de las piernas
sin poder salir.
Era extraño
pero cuánto más intentaba levantarme
más duras se ponían las sábanas
y más débiles se hacían mis esfuerzos.
Decidí relajarme y meterme adentro una vez más.
Recuerdo que llegué a mandar un mensaje
“Me siento mal, no creo que llegue”.
Solo entonces,
cuando las sábanas se hicieron suaves nuevamente
pude llorar hasta quedarme dormido.